domingo, 18 de mayo de 2014

"La forma cristiana de educar", por José Ignacio Prats

‘La forma cristiana de educar’, editado por Edicep para la colección ‘Textos universitarios’, es el título del libro publicado por el Dr. José Ignacio Prats, Vicerrector de Profesorado y Formación Continua de la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir”.

¿Cuál es la forma cristiana de educar?
El modelo cristiano de educación parte de la peculiaridad de que en el educando no solo actúa desde fuera del educador sino que hay un “Maestro interior” que interviene, la acción de Dios. Este hecho identifica al educador como un servidor del verdadero Maestro, variable que distingue la pedagogía cristiana del resto pues en esta no solo educan las normas sino también la acción interior de la Gracia.

Otra característica que define a la forma cristiana de educar es su objetivo final, la donación de uno mismo o superación del egocentrismo; y el objetivo no puede ser otro porque esa es la meta a la que conduce el citado Maestro interior. Por lo tanto, todo aquello que constituyen conocimientos teóricos, conocimientos técnicos, formación en un campo específico, educación física y educación afectiva apuntará a un fin: que la persona sea capaz de hacer donación de sí misma. El peso definitivo de la personalidad no lo constituyen sus capacidades intelectuales, sino su capacidad de amar.

También debemos señalar que la forma cristiana de educar, se caracteriza por trabajar en el educando la vigilancia, la prevención, de fuera a dentro (los sentidos y los pensamientos) que le permitan alcanzar una adecuada “templanza” y alcance, así, la verdadera libertad.

Finalmente debemos señalar que la educación cristiana privilegia a la familia como el ámbito educativo primordial, donde experimenta el niño el amor gratuito reflejo del amor de Dios.

La forma cristiana de educar choca con los modelos educativos actuales. 
Lo propio del contexto actual es el relativismo y dicha ideología se da de bruces con una forma de educar que se basa en la visión antropológica de la educación cristiana, de la que se deriva una verdad sobre la persona humana. Lo más negativo, destructivo y ‘deseducativo’ de la sociedad de hoy es justamente la renuncia a la existencia de una verdad sobre el hombre, el mundo y la realidad. Negándola, construimos siempre en falso.

El diálogo entre la pedagogía cristiana y el pensamiento relativista posmoderno no debe darse tanto en el terreno de la teorización como en la presentación de hechos. Viendo el fruto que dan los educandos comprobaremos la validez de la propuesta pedagógica que los ha guiado. Por eso el cristiano ha de presentar una forma de vivir distinta; observando la felicidad de alguien con una vida lograda se percibe la verdad de la persona humana.

En esta sociedad que se autodenomina adulta, en la que cada uno busca su verdad porque no existe ninguna, el hombre es arrastrado a una profunda fragmentación interna, se convierte en extraño a sí mismo y ello desemboca en una insatisfacción enorme. Por esa razón debemos mostrar humildemente, pero sin ambigüedad la manera cristiana de vivir. Eso es lo que atrae al otro.

El evangelio, de hecho, dice: “Brille así vuestra luz”; es decir, vuestra forma de vivir. Así no harán falta discursos. La educación, recordemos, se produce por contagio; uno quiere estudiar piano porque le ha cautivado el virtuosismo de un pianista o quiere investigar porque le ha asombrado la labor de un investigador.

Esto que digo, de ningún modo quiere decir que deba dejarse a un lado la reflexión teórica. En la universidad es esencial discutir -en el sentido pleno de la palabra- sobre los fundamentos de lo que piensa cada uno. El joven necesita que se le den argumentos, precisa de una ‘ontologización’ de la moral para saber en qué se basa aquello que se le dice.

Las fuentes inspiradoras de la obra.
El libro se basa, en gran parte, en el tratado de San Juan Crisóstomo sobre el matrimonio y la educación de los hijos. Intento mostrar, como hace el Crisóstomo con las metáforas de la ciudad y la casa, que uno debe preparar una digna morada para el que ha de habitarla.
Algún autor cristiano ha definido la educación como un ‘vigilarse a sí mismo’, es decir, que debemos ser señores de nosotros mismos, sin estar a expensas de nuestros impulsos e instintos. Las riendas de todas las dimensiones del yo deben ser llevadas por la propia persona.
Además, el libro es una síntesis pensada especialmente para alumnos de Magisterio. He buscado dar algo más que metodología; si el futuro profesor posee una buena fundamentación antropológica sabrá lo que hace. Si no es así, el maestro estará formando a alumnos en una disciplina o habilidad pero no habrá educado a la persona completa. Ahí se dirige precisamente la formación cristiana, al corazón del hombre.

La “Educación del corazón”.
El término “corazón” -expresión de resonancia bíblica-, hace referencia al ‘centro’ y, a la vez, a la totalidad de la persona. La educación no puede ir por fragmentos o partes sino que debe alcanzar el núcleo de la persona y movilizarlo hacia el bien.
El centro de nuestra persona goza de una cierta  independencia, es el lugar de nuestra libertad, donde tomamos nuestras decisiones. Por ello es importantísimo despertar ese ‘centro’, o la conciencia, o como quiera llamarse, pero la educación debe llegar a él.
Vemos en los estudiantes modernos una buena preparación técnica; pero sin una educación del corazón eso no se sabe hacia dónde puede ir. Hemos visto recientemente como la sola razón ha llevado a la humanidad a desastres de grandes proporciones. Por eso hoy se presenta una gran oportunidad para poner en práctica una educación que lleve a amar al otro, la forma de educación más plena.
Si el hombre no puede amar, no tiene nada, como dice San Pablo: “Aunque conociese todas las ciencias, ¿qué tengo si no tengo amor?”. Si el educando es un ser egoísta, incapaz de dar nada a nadie, ni a su familia, a sus amigos o su ciudad, ¿qué tiene? El que no ha aprendido a amar ¿qué sabe? ¿De qué sirve la técnica sino la ponemos al servicio de los demás? Como dice cierto autor cristiano, “una educación que no alcanza a tocar el corazón no es educación”.

El educador cristiano ha de interiorizar su fe.
Una de las características de la educación cristiana es que los padres y el maestro presentan el modelo de vida propio al hijo o estudiante; y lo cierto es que no puede darse lo que no se tiene. De lo contrario se estaría educando, como dice Kierkegaard, “en dique seco”, es decir, sin lanzarnos al agua. Y eso es un indicativo muy sospechoso de que no se sabe nadar.
Juan Pablo II decía que en la actualidad hacían falta más testigos que profesores. Así, en una época relativista, el ambiguo no hace más que aumentar el desconcierto. El cristiano no debe imponer ni su antropología ni su credo de ningún modo pero sí debe mostrarlos sin ambigüedades. Hoy esto hace mucha falta porque el hombre está muy solo, abandonado y todos necesitamos y seguimos modelos. Es obligatorio mostrar un modelo nítido y presentarlo a discusión.

Algunos extractos del libro.

  • La pedagogía cristiana tiene su fundamento último en el Maestro por excelencia, aquel “en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia” (Col 2,3).
  • Poseer habilidades no implica necesariamente ser mejor persona.
  • El proceso de la formación del que hablamos, desde la óptica cristiana no es exclusivo del educador y del educando (recordamos que se trata de formar-se). En él interviene de manera original y determinante la acción cuidadosa de Dios, que da forma desde dentro.
  • Chesterton: “la desgracia de nuestros contemporáneos no es que ya no crean en nada, sino que se lo creen todo”.
  • Dios nos ama, no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno.
  • El educador cristiano, en consecuencia, siempre tiene como meta ultima de su acción educativa (en su doble aspecto correctivo y propositivo) la realización de esta dimensión personal esencial, la donación.
  • El niño va siendo formado, por el afecto de la madre y la instrucción del padre, entre los cuales no debe existir fisura. Cuando encuentra el amor y la seguridad que da el padre y la madre, su personalidad se va consolidando segura, adquiere una adecuada capacidad receptiva, de asombro, de autoconfianza y de confianza en los demás.
  • El padre transmite fuerza y vigor, la madre ayuda a permanecer sin claudicar. La ausencia de padre deja al hombre des-orientado, la ausencia de madre, des-consolado.
  • La apertura mayor a la que debemos orientar al educando es la apertura a Dios, la realización cumbre de su intencionalidad la hallará mediante la donación, el amor a sus semejantes, y la más alta receptividad entre personas la experimentará en el vínculo esponsal irrevocable.

Fuentes:

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